¿Opinión o aprobación?
Seguro que alguna vez ha pedido a algún colega de confianza o un amigo cercano su opinión sobre algo que ha escrito, sobre una presentación o sobre una decisión importante a tomar.
Pero si le preguntara su opinión general sobre usted, suponiendo que respondiera con sinceridad, ¿cómo le calificaría en una escala de 0 a 10, de peor a mejor, en comparación con otras personas que conoce? Para ser justos, emitir una valoración de las personas en esos términos sería inútil e incluso perverso, como si se tratara de un juicio final abreviado. Calibrar la calidad de una persona es un ejercicio lleno de matices, y un buen amigo rara vez se aventuraría a formular un diagnóstico de ese tipo.
Además, nuestra felicidad no puede depender de una evaluación sumaria y a veces, aunque pidamos a los demás su opinión sobre nuestro comportamiento o nuestras obras, no queremos saber la verdad: solo buscamos la aprobación y el elogio.
Por otra parte, tampoco le recomendaría que pusiera a su amigo en esa tesitura.
Liderazgo y autoconfianza
Los directores generales y los altos directivos son especialmente reacios a pedir a los otros una evaluación general de su personalidad. Muchos creen que, al hacerlo, exponen sus vulnerabilidades, y que los jefes deben proyectar seguridad y confianza. Esto puede llevarlos al autoaislamiento, lo que a veces llaman la soledad del líder.
Una de las razones más frecuentes por las que los consejos de administración contratan asesores para sus altos directivos es para ayudarles a evitar el síndrome de la torre de marfil.
Hace unos años, un colega experto en coaching directivo me comentó que, según su experiencia, menos del 10 % de las personas sabe aceptar una crítica negativa y sacar conclusiones para su mejora personal. Por desgracia, la vanidad, la resistencia al cambio, la terquedad, la desconfianza, e incluso el miedo hacen que la mayoría ignore esos consejos, aunque diga aceptarlos.
Honor y respeto
Entre las obras de Arthur Schopenhauer hay un breve tratado titulado El arte de hacerse respetar, un compendio de máximas sobre el honor y la respetabilidad, en el que el filósofo afirma:
“El honor es la opinión que los demás tienen de nosotros, y especialmente la opinión general de quienes saben algo de nosotros. Y, más concretamente aún, es la opinión general de aquellos que están cualificados para opinar sobre nosotros, que conocen nuestra valía en cualquier aspecto digno de consideración”.
No estoy seguro de cómo se podría identificar a la persona adecuada para dar una opinión sobre alguien. Si nos pidieran que seleccionáramos a esa figura, probablemente pensaríamos en nuestros padres, cónyuges, hijos y amigos íntimos, que en general nos adoran.
La mayoría de las veces estamos bajo el escrutinio de personas más distantes y, como resultado, es probable que su valoración sea más neutral. Su opinión es especialmente relevante porque, como explica Schopenhauer, determinará desde su comportamiento hacia nosotros hasta la toma de decisiones que nos afectan.
Las apariencias ¿engañan?
Para ilustrar cómo se forma una opinión sobre alguien, Schopenhauer recurre al pensamiento del español del Siglo de Oro Baltasar Gracián: “Las cosas no suceden por lo que son, sino por lo que parecen ser”.
Las apariencias son la base sobre la que nos formamos un primer juicio sobre los otros. Al fin y al cabo, aún no poseemos los medios para saber qué pasa realmente por la mente de los demás cuando actúan. El problema de juzgar por las apariencias es, por supuesto, que pueden ser falsas. A esta posibilidad Schopenhauer responde: “Una falsa apariencia puede engañar a alguien, pero difícilmente engañará a todos”. Esa es una creencia que comparto, aunque a veces sospeche que, durante el tiempo que se tarda en ver a través de alguien, uno ha sido utilizado por el engañador.
Schopenhauer distingue entre honor y fama. La primera estaría constituida por las cualidades que los demás esperan de nosotros, y que la mayoría poseemos. Por tanto, no somos una excepción y, en este sentido, adquiere un carácter negativo. Sin embargo, la fama tiene un carácter positivo o proactivo, porque denota atributos de los que otros carecen.
¿Honor o fama?
Para Schopenhauer, el honor tiene un sentido fundamentalmente práctico, por ejemplo en el ámbito profesional: es la opinión que los demás tienen de nosotros. Entendido en el sentido propuesto por Schopenhauer, el honor sería esa presunción de confianza mínima necesaria para participar en sociedad, mantener vínculos personales y comerciales o desarrollar una profesión.
Ni que decir tiene que el honor ha de ser recíproco por naturaleza. La mayoría de las instituciones sociales se basan en este ideal de confianza mutua, de presunción de honor. La garantía que ofrece el honor es enormemente rentable y es la base de cualquier vínculo personal o profesional. Lógicamente, este honor puede aumentar o disminuir en función de los vaivenes de una relación.
La idea de honor de Schopenhauer puede parecer anticuada, por lo que algunas escuelas de negocios prefieren centrarse en la fama, que posiblemente se acerque más a la excelencia. Se intenta identificar y enseñar los caminos hacia la fama, relacionados con logros tangibles como la adquisición de dinero, poder, posición y premios, así como la distinción en ciertas habilidades como la inteligencia, la elocuencia, la honestidad, la generosidad, o nuestro impacto en el medioambiente mediante la creación de empresas o alternativas cívicas.
Sin embargo, no puede haber fama sin ganarse primero el respeto de los demás.
Salvaguardar el honor
Construir el honor es una tarea que debemos emprender solos, en función de nuestras circunstancias, nuestra visión del mundo, valores e ideas sobre las relaciones. Schopenhauer explica que la idea del honor que los demás tienen de nosotros se mantendrá siempre que no defraudemos la idea que tienen de lo que somos.
Entonces ¿qué podemos hacer para salvaguardar nuestro honor?
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Cuidar nuestros modales. La cortesía, el humor y la voluntad de reconocer abiertamente los logros de los demás, evitando al mismo tiempo la adulación, reforzarán la reciprocidad antes mencionada.
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Ser positivo y diverso en nuestras relaciones. Así cosecharemos mejores resultados personales y profesionales y se reforzará nuestro prestigio. Dividir el mundo en amigos y enemigos es un error y tiende a hacernos más infelices, además de que debilita nuestro honor y mina nuestras posibilidades de alcanzar el reconocimiento de los otros.
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Evitar los malentendidos. Muchos conflictos interpersonales surgen de errores que, si se aclaran rápidamente, pueden ayudar a infundir confianza y amistad con quienes nos rodean. En particular, los malentendidos escritos pueden ser los más destructivos: es mejor resolverlos cara a cara.
Se atribuye a Charles de Gaulle la frase: “No puede haber prestigio sin misterio, porque la familiaridad engendra desprecio”. El general tenía razón en el sentido de que, dada la importancia de las apariencias, para mantener el liderazgo tal vez sea preferible mostrar las cualidades que los defectos.
En última instancia, como explicaba Schopenhauer, el honor siempre brillará.
La versión en inglés de este artículo se publicó originariamente en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.