Esta vez las encuestas no han fallado. Se veía venir: la ola de extrema derecha avanza por Europa y todo indica que va a alcanzar el poder en uno de los países fundadores de la Unión Europea. A falta de que se ultime la asignación de los escaños, parece inevitable que el presidente de la república, Sergio Mattarella, asigne la formación de gobierno a la líder de los herederos del Movimiento Social Italiano, el partido posfascista que reivindicó durante décadas las bondades del régimen de Mussolini.
Los demás partidos salen todos malheridos, a excepción quizás del Movimiento 5 Estrellas, que ya se daba por muerto durante el verano al ser uno de los principales causantes de la caída del gobierno Draghi. El partido liderado por Giuseppe Conte, de hecho, ha obtenido algo más del 15 % de los votos, acercándose al Partido Democrático cuyo líder, Enrico Letta, ya ha dimitido. El PD no ha conseguido aumentar sustancialmente el apoyo que recibió en el 2018, quedándose en el 19 %.
Sale muy perjudicado también el líder de la Liga, Matteo Salvini, otrora gran capitán de la derecha Italiana y defensor ultra del cierre de las fronteras a los inmigrantes. Con un resultado por debajo de las expectativas (apenas supera el 8 %), el liderazgo de Salvini peligra, lo cual, además, podría representar una potencial fuente de inestabilidad para el próximo gobierno Meloni. Una vez terminada la luna de miel poselectoral, la Liga podría maniobrar para volver a ganar protagonismo y apoyo electoral, siendo un socio de gobierno difícil de gestionar.
De hecho, hay que destacar que buena parte del apoyo electoral obtenido por Meloni viene directamente del desplome de sus aliados de derecha –Liga y Forza Italia–. En el conjunto, la derecha italiana obtiene alrededor del 46 % de las preferencias, en línea con convocatorias electorales anteriores. La fragmentación de la izquierda y el sistema electoral que prima a las coaliciones explica en buena medida la mayoría parlamentaria que ha obtenido la suma de los tres partidos: Hermanos de Italia, Liga, y Forza Italia.
Posibles escenarios de futuro
Ahora bien, es imposible negar la derechización –no solo electoral– de la política italiana, y en este contexto hay que destacar posibles escenarios y consecuencias, tanto a corto como a largo plazo.
En primer lugar, el escenario: el horizonte, a corto plazo, se presenta no libre de dificultades para la derecha italiana llamada a gobernar. Es poco probable que la Italia de Meloni provoque inmediatamente un enfrentamiento con la Comisión Europea (a pesar de los rifirrafes verbales recientes). Lo que está en juego es el desembolso de los tramos restantes de los 200 mil millones de euros de los fondos del Next Generation EU. Y sin embargo, a medio y largo plazo la derecha en el gobierno en Italia promete batalla: la puesta en juego se centra en temas como políticas migratorias, derechos civiles y soberanía nacional.
A pesar de los intentos de desdemonización de la líder de FdI, los discursos públicos contra la diversidad sexual, el matrimonio igualitario, las políticas migratorias dirigidas por Bruselas o la relación entre política y religión certifican la posición ideológica ultra de Meloni. Además, cabe recordad que en 2018 la líder de FdI presentó un proyecto de reforma constitucional para eliminar la supremacía del derecho comunitario sobre el nacional. De confirmarse esta línea, Italia desafiaría el sistema legal de la UE, poniéndose del mismo lado que Polonia.
La extrema derecha es una realidad
Lo cierto es que, considerada en su conjunto, las fuerzas que han obtenido una mayoría clara en las urnas, más que una coalición de centro-derecha (como se presenta formalmente en su programa oficial) tienen todas las características del populismo radical de derecha: fuertes componentes antielitistas, discursos euroescépticos, políticas discriminatorias contra determinados grupos, y en cierto modo un posicionamiento crítico con el funcionamiento de las democracias liberales. Se trata de características muy similares a las de la mayoría de las fuerzas políticas populistas de derecha radical que han obtenido grandes éxitos en Europa, desde la reelección de Orbán en Hungría, pasando por el reciente exploit de los Demócratas Suecos (más del 20 %, segundo partido del país) o también el 15,2 % de los votos obtenidos por Vox en España en 2019.
Tanto la prensa como el mundo académico debaten sobre los riesgos de una posible vuelta al fascismo, tal y como ha puesto de manifiesto la reciente investigación publicada por Fanpage.it sobre los vínculos entre FdI y grupos de extrema derecha. Y si hay quien piensa que estos temores pueden ser exagerados –argumentando que las diferencias significativas entre los tres partidos de derecha en Italia (sobre cuestiones de integración europea, migración, guerra en Ucrania) augura inestabilidad en el seno de un probable gobierno Meloni–, lo cierto es que en una perspectiva de más largo plazo, las consecuencias políticas y sociales pueden ser muy importantes.
La extrema derecha, más que amenaza, es una realidad bien consolidada en Italia, y avanza en Europa. Fue Berlusconi en los años 90 el primero en desdemonizar a los herederos del fascismo, abriéndoles las puertas del gobierno. Ahora se cosechan las consecuencias: no solo la erosión paulatina de derechos civiles, sino también una sociedad más tolerante al discurso de odio, a la xenofobia y a formas de autoritarismo. El otoño puede ser largo.
Paolo Cossarini, Postdoctoral Fellow, Universitat de València and Carlo Berti, Postdoctoral Fellow, Universitat Rovira i Virgili
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.