Es muy común que en los perfiles de Tinder en Argentina una persona (sea esta mujer, varón o cualquier otra alternativa) ponga en su descripción cosas como “Si sos libertonto, dale X” o “Si sos Kuka (NdE: por cucaracha kirchnerista) ni lo intentes”.
La “grieta” que se inició durante los gobiernos de Cristina Kirchner se ha potenciado con la llegada de Javier Milei. Y ahora la exportamos a nuestra Madre Patria.
Sí, sí, ya sé que vosotros ya tenías buenos follones entre el PSOE-Sumar vs. PP-Vox, pero lo que les ha plantado Milei es otro nivel, un salto cualitativo en la desmesura.
La grieta en Argentina deja en un lado a todos aquellos que creen que el Estado es la solución; del otro los que creen que es la causa de todos los males. Al medio hay poco lugar para otra cosa.
Así somos los argentino, ¿no? Intensos. Aquí ir y volver de los extremos del péndulo es un ejercicio acelerado. Privatizamos empresas que bien pronto volvemos a estatizar, para poner nuevamente a la venta, todo en un par de lustros.
Pero no se confundan, mis queridísimos españoles (y se los dice un nieto de vasco): Milei no es Abascal, no es Meloni, no es Trump. Es una variante zoológica nueva, si se quiere, un pariente con buena parte de ese ADN “de derechas”, pero es una especie distinta.
El presidente argentino no solo declara sino que cree firmemente que los impuestos son un robo. Aborrece desde sus más íntimas entrañas todo lo que tenga un tinte socialista y se indigna cuando lo quieren emparentar con el nacismo o el fachismo: esos movimientos de ultraderecha creen a rajatabla en el Estado como organizador de la producción, justamente lo contrario que siente Milei.
Argentina -como España- tiene una presión tributaria consolidada que se acerca al 50% del PIB. En casi cualquier precio en nuestro país, la mitad de su valor son impuestos. Una Coca-Cola (que acá maridamos tan bien con Fernet) tiene -incluso- 53% de carga impositiva en su valor final.
No siempre fue así. De hecho, hacia el año 2000, al final de nuestra mítica Convertibilidad (cuando un peso equivalía a un dólar) la presión tributaria rondaba 25% del PIB.
La llegada del kirchnerismo duplicó el tamaño del Estado y -paradójicamente- llevó el número de pobres al 40% del total de la población y un salario real promedio que hoy es la mitad que hace 25 años.
En ese contexto llega al poder de Argentina Javier Milei, adelantando por derecha a la propuesta de Patricia Bullrich, delfín de Mauricio Macri y su partido (Pro) que tuvo su momento con más pena que gloria entre 2016 y 2020.
En su campaña de 2023, Milei dijo lo que jamás debería decir un candidato: que iba a pasar la “motosierra” en el sector público, que iba a eliminar el peso argentino y combatir a “la casta”, un enemigo que se corporiza en esa élite burocrática que viaja en aviones oficiales (¿os suena?), que vive “de la teta del Estado” durante generaciones y que nunca tiene la culpa de nada.
Para Milei, las ideas y la forma de hacer política de Pedro Sánchez es la encarnación misma del “mal”. La vista gorda a los okupas, la recurrente intervención en los mercados (como los topes a alquileres), la fijación de salarios mínimos, todo ese ramillete de políticas son las que Milei prometió cambiar.
Y en ese camino va. Todavía con más dudas que certezas, pero sin sucumbir (al menos por ahora) al “toma y daca” de la política.
Para Milei, la conformación del último gobierno de Sánchez con una entente con independentistas fugados y terroristas arrepentidos es exactamente lo contrario a su visión de la política.
En el Parlamento argentino, por caso, Milei retiró una ley clave para su gobierno (la Ley Bases) por algunas modificaciones que serían naturales en cualquier negociación política. Milei dejaría caer su gobierno antes que pactar con quienes detesta ideológicamente.
Milei, el león argentino liberal libertario rugió fuerte en España y los ecos de sus dichos han generado y van a generar varias idas y vueltas diplomáticas hasta que las aguas vuelva a su nivel anterior.