Creación de conocimiento y movilidad científica
Desde la economía se ha interpretado tradicionalmente el problema partiendo de una perspectiva neoclásica, desarrollada inicialmente en la Universidad de Chicago. De acuerdo a esta visión, el conocimiento se entiende como una forma de capital: el capital humano que, como tal, se puede asignar y acumular.
Se considera que la movilidad científica implica una reasignación del capital humano, que automáticamente se usa de forma eficiente en su destino. Este cambio de lugar de los stocks de capital humano es un juego de suma cero: algunos lugares experimentan fugas de conocimiento mientras que otros obtienen ganancias. La visión neoclásica implica políticas públicas que busquen aumentar el stock de capital humano, reteniendo y atrayendo al país talento nacional o extranjero.
Por otro lado, la perspectiva de la economía evolucionista parte de una concepción muy diferente del problema. De acuerdo a esta visión, el conocimiento no es tanto un agregado sino una estructura, dado que un país no incrementa la capacidad productiva simplemente recibiendo a más personas. Aunque estas personas sean altamente cualificadas, es necesario que encajen adecuadamente en la estructura productiva. Es decir, sus conocimientos y habilidades deben poder insertarse en el conjunto de conocimientos y habilidades del lugar de destino. Esto implica concebir el conocimiento como algo relacional y procesual.
Por ello, la movilidad científica no se entiende tanto como un fenómeno de reasignación, sino como un proceso de reorganización y recombinación de conocimientos.
Cerebros en circulación
Científicos, centros de investigación, universidades y empresas son nodos en redes de interacción académica, y la movilidad implica una reconfiguración de estas redes. Una reconfiguración cuyas consecuencias son inciertas, porque el cambio (el viaje, la migración) requiere readaptación. Pero, además, porque este cambio supone una fuente de autodescubrimiento y creatividad para quienes se mueven, les expone a nuevos contextos, acrecentando aquello que les resulta familiar. Y esto puede ser beneficioso para la generación de conocimientos y la producción de innovaciones.
Las implicaciones de la perspectiva evolucionista no son claras, pero sí es claro que terminologías como “competencia global por el talento” pierden significado, porque el talento depende del contexto y la red donde se inserte. Además, de acuerdo a esta visión, en vez de hablar de fuga de cerebros parece más conveniente hablar de circulación de cerebros. De hecho, algunos autores emplean la expresión remesas de conocimiento para referirse a las contribuciones que generan los científicos emigrantes para la difusión de innovaciones en sus países de origen.
Tripolaridad del conocimiento
Más allá de la teoría, la evidencia empírica muestra una tendencia creciente de la movilidad científica. Pero esta movilidad no se distribuye de forma homogénea.
Grandes asimetrías, como la mencionada entre Estados Unidos y México, han generado una estructura centro-periferia en las redes de migración académica. Un grupo reducido de países y ciudades altamente conectados entre sí coexiste con una gran mayoría de países periféricos, cuyos flujos migratorios se orientan hacia el centro. Se observa también una evolución desde un mundo bipolar, con EE. UU. y Europa como principales centros de la migración académica, hacia otro tripolar donde la región de Asia-Pacífico pasa a ser el tercer núcleo, con capacidad de emisión y atracción para este tipo de migraciones.
¿Qué caminos tomar?
Respecto a los efectos de la movilidad científica, este fenómeno se asocia con incrementos en la productividad, las patentes y las publicaciones académicas en los países de destino. Sin embargo, los efectos en los países de origen no son tan claros.
La evidencia sobre las remesas de conocimiento no es concluyente: si bien el retorno de científicos y los vínculos con la diáspora han tenido efectos positivos en países como China, esto no se observa en muchos lugares de la periferia. Cabe la duda, por tanto, de hasta qué punto estas remesas compensan la pérdida que supone para los países emisores la emigración de sus científicos.
¿Qué tipo de políticas públicas son mejores (más eficientes, más justas) para afrontar el problema? ¿Deben los países tratar de retener el talento o conviene fomentar la movilidad científica y fortalecer los vínculos con la diáspora? ¿Qué rol juegan los gobiernos, las universidades y las empresas en este proceso? Cuestiones como estas son fundamentales para entender las futuras relaciones de poder económico y político en el mundo.
Este artículo es un resumen de la carta del GETEM número 38, “La fuga de cerebros y el conocimiento como remesa”.
Pablo Galaso, Profesor adjunto del Instituto de Economía, Universidad de la República Uruguay
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.