En el plazo de una semana, FTX ha pasado de ser la tercera empresa más grande de este sector, en cuanto a número de usuarios y volumen de intercambio, a declararse en bancarrota.
De la misma manera, su fundador y principal accionista, Samuel Bankman-Fried (también conocido por sus iniciales SBF), perdió un patrimonio neto estimado de más de 10 000 millones de dólares y se declaró insolvente.
La caída de FTX se ha atribuido a prácticas económicas negligentes, a un estilo de dirección pobre y desordenado, a un exceso de gasto en propaganda e inmuebles y al exceso de peso que tenía SBF dentro de la empresa, así como a sus peculiares características personales. Por ejemplo, SBF vivía en un piso de lujo con 10 amigos y había mantenido reuniones de trabajo mientras jugaba a videojuegos en línea.
Hay un aspecto que, sin embargo, ha sido poco comentado. Se trata de la posible relación entre la caída de FTX y el consumo de nootrópicos, es decir, de medicamentos dirigidos a mejorar las funciones cognitivas por parte de SBF y, en general, en la empresa.
El uso ilícito de psicofármacos que no son inocuos es muy defendido por corrientes transhumanistas. Pero también se sabe que está extendido, por ejemplo, entre estudiantes que buscan mejorar sin esfuerzo su rendimiento escolar.
El uso dentro de las empresas ha sido menos estudiado. Este aspecto del caso de FTX ha sido tratado con especial profundidad por el psiquiatra estadounidense Scott Alexander. En concreto, hay indicios de que SBF consumía tanto fármacos inhibidores de la monoamino oxidasa (IMAO) como estimulantes. Para colmo, también recomendaba el uso de potenciadores cognitivos por parte los empleados en el entorno laboral.
¿Cuáles son los efectos de estos medicamentos?
Los IMAOs buscan evitar que una enzima degrade la dopamina, la serotonina y la noradrenalina sobrante en el sistema nervioso. Como consecuencia, permiten que haya más dopamina (el neurotransmisor de la motivación) disponible. Son un tipo de psicofármaco utilizado para el tratamiento de trastornos mentales, como la depresión o la ansiedad, y también neurológicos, como el párkinson.
Por otro lado, los estimulantes se usan para tratar problemas como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o la narcolepsia. Su mecanismo de acción también se relaciona con aumentar los niveles cerebrales de dopamina y noradrenalina.
Los estimulantes, usados correctamente, se consideran medicamentos seguros, aunque pueden provocar efectos secundarios moderados como problemas de sueño, disminución del apetito, taquicardia y, también, cambios en el estado de ánimo o forma de ser. Los IMAO también pueden provocar efectos secundarios similares. Sin embargo, su manejo adecuado es mucho más complejo, ya que pueden interactuar de manera peligrosa con otros medicamentos que modifican los niveles de serotonina o dopamina, así como con algunos alimentos y bebidas comunes.
SBF buscaba de manera crónica aumentar sus niveles dopaminérgicos para mejorar su rendimiento, capacidad de trabajo y atención utilizando medicamentos que, aunque seguros si se usan bajo supervisión médica, no son en ningún caso inocuos.
La dopamina es un neurotransmisor crítico para múltiples circuitos y funciones cerebrales como el movimiento, la motivación o el estado de ánimo. Todos estos sistemas se encuentran en situación de homeostasis, es decir, de equilibro. Eso implica que la modificación de los niveles de dopamina en uno de ellos tendrá consecuencias en los demás difíciles de predecir.
Así, en muchos casos, el reto en terapia en psiquiatría es encontrar el medicamento que conduzca a un equilibrio razonable entre reducción de síntomas y efectos secundarios en los demás sistemas. En concreto, un exceso de dopamina puede llevar a consecuencias tan variadas como alucinaciones, síntomas de psicosis (paranoia, delirios, pensamiento mágico y, por tanto, pérdida del sentido de la realidad), euforia y síntomas relacionados con impulsividad.
¿Han podido influir los psicoestimulantes en la caída de FTX?
Existen diferentes mecanismos plausibles por los que los estimulantes se podrían haber relacionado con el criptofiasco de FTX y Alameda. Los cambios en la dopamina se han relacionado con modificaciones en la percepción del riesgo y la devaluación asociada al tiempo.
Hay trabajos en la literatura científica, tanto en pacientes neurológicos como en controles sanos, que indican que aumentos dopaminérgicos tienden a asociarse con que las personas arriesguen más. Simultáneamente, estas personas valoran más las recompensas en el corto que en el largo plazo (un ejemplo de muchos fue llevado a cabo por nuestro grupo de investigación). Muchas de las decisiones de FTX y Alameda Research tienen que ver con inversiones en corto vs. largo plazo, por lo que cambios pequeños en esta percepción podrían haber tenido efectos económicos profundos.
De manera similar, un aumento de los niveles de dopamina también se asocia a compras compulsivas y adicción al juego. No es difícil caracterizar lo ocurrido en FTX como un caso de compulsividad en las transacciones y juego patológico.
En el caso de los estimulantes, estudios recientes indican que su efecto en personas sanas se relaciona más con una sensación de aumento de productividad y mayor velocidad, pero también con un aumento del número de errores y una reducción de la eficiencia. En una empresa de inversión es necesario un equilibrio entre la cantidad de operaciones realizadas y su fiabilidad, ya que errores pequeños pueden tener consecuencias catastróficas.
De manera similar, aunque su consumo lleva a la sensación subjetiva de energía sin necesidad de descanso, esto no implica que el cuerpo lo viva de la misma manera. Usar los potenciadores cognitivos para aumentar el rendimiento puede llevar a falta de sueño y cansancio crónico que alteren en el medio plazo la capacidad de decisión.
Además, la combinación de IMAOs y estimulantes está especialmente desaconsejada. Es difícil predecir cuál sería su efecto sobre estas variables conductuales, pero es posible que sea multiplicativo en muchos casos.
Parece comprobado que SBF tomaba diversos psicofármacos con el objetivo de su mejora cognitiva, sin que haya indicios de que hubiese motivos médicos para ello.
En cualquier caso, es difícil saber hasta qué punto el hecho de que SBF tomase (y recomendase tomar en su empresa) psicofármacos influyó directamente en la debacle económica reciente. No queda claro qué medicamentos estaba tomando exactamente, ni su dosificación, y estos fármacos pueden tener efectos variables en diferentes personas. Pero la mera posibilidad debería servir como nota de cautela y ayudarnos a reflexionar sobre la ética o las consecuencias del consumo de medicamentos con el objetivo de conseguir neuromejoras.
Gonzalo Arrondo, investigador en el grupo Mente-Cerebro del Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.