Dejemos de despreciar el pesimismo (contra la positividad tóxica)

(Por Ignacio L. Moya, Western University) En la sociedad actual, ser feliz y tener una actitud optimista ante la vida son expectativas sociales que pesan enormemente sobre la forma en que vivimos y en las decisiones que tomamos.

Algunos psicólogos incluso han señalado cómo la felicidad se ha convertido en una industria. A su vez, esto ha creado lo que llamo un imperativo de la felicidad; es decir, la expectativa social de que todos debemos aspirar a la felicidad.

Pero este imperativo puede ser un obstáculo para la felicidad. Por eso, como investigador sobre pesimismo filosófico, creo que si realmente queremos vivir una vida mejor, el pesimismo es el sistema filosófico que nos puede ayudar a conseguirlo.

Si bien el pesimismo en el sentido psicológico se caracteriza por ser una tendencia a centrarse en los malos resultados, el pesimismo filosófico no tiene que ver con los resultados de tal o cual acto. Más bien es un sistema que pretende explicar los orígenes, la prevalencia y la ubicuidad del sufrimiento.

Por esta razón es posible adoptar una actitud alegre y positiva hacia la vida y ser, al mismo tiempo, un pesimista filosófico, porque afrontar la vida de cualquier forma no tiene incidencia sobre la constatación de que la existencia está generalmente llena de sufrimiento.

¿Todo es angustia?

El filósofo francés Jean-Paul Sartre suele ser visto como un filósofo sombrío cuyas ideas enfatizan la angustia existencial y el temor y explora, en general, temas oscuros y depresivos. También ha sido asociado con el pesimismo, pero todo esto se debe en gran parte a malentendidos.

En 1945 Sartre quiso disipar estas impresiones erróneas. En una conferencia pública llamada El existencialismo es un humanismo, argumentó que el existencialismo, entendido correctamente, es una filosofía sobre la libertad que nos conmina a asumir la responsabilidad de nuestras decisiones y las vidas que creamos. Somos libres o, en términos existencialistas, estamos condenados a ser libres.

Sartre creía que no tenemos esencia y que, por lo tanto, de nosotros depende crear, construir y darnos una. Si bien todo esto puede causar sentimientos de angustia y desesperación en algunas personas, no tiene por qué ser siempre el caso.

Compasión por los seres vivos

Y como en el caso del existencialismo, la depresión y la angustia tampoco son necesariamente aspectos definitorios del pesimismo filosófico.

En filosofía, el pesimismo tiene una larga historia que se remonta a los antiguos griegos. Un mito griego nos dice que el sátiro Sileno le reveló al rey Midas que lo mejor para cualquier ser humano era no haber nacido nunca y que lo segundo mejor era una muerte prematura.

Pero, aunque los griegos ya hablaban de lo trágico que es existir, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, del siglo XIX, es considerado como el primer escritor occidental que trató el pesimismo de forma sistemática.

Un aspecto clave del pesimismo filosófico de Schopenhauer es que este está motivado por la compasión y la preocupación por todos. Para ser precisos, esta compasión se extiende a todos los seres vivos, no solo a los humanos. Esta es una de las diferencias importantes con el existencialismo.

Condenar la existencia

En el pesimismo de Schopenhauer encontramos una clara condena de la existencia. Como él lo expresó, “trabajo, molestia, cansancio y necesidad constituyen desde luego, a lo largo de toda su vida, la suerte de casi todos los hombres”, y “también podemos concebir nuestra vida como un episodio inútilmente molesto dentro del bienaventurado descanso de la nada”.

Y por si no es lo suficientemente claro en su condena de la existencia, también dice “el mundo es justamente el infierno y los hombres son, por una parte, las almas atormentadas, y por otra, los demonios”.

En consecuencia, para Schopenhauer, la no existencia es preferible a la existencia. Esto quiere decir que ante la opción de existir o no existir, no existir es la mejor opción. En esto se hace eco de Sileno, pero, y esto es importante, una vez que estamos aquí, lo mejor que podemos hacer es adoptar una actitud de vida que nos aleje de los deseos y necesidades. Por eso lo conveniente y lo recomendable es dejar de perseguir cosas, incluida la felicidad.

En ningún caso, ni él ni ningún otro filósofo pesimista defenderían algo así como un loco omnicidio, tomando medidas para directamente destruir toda la vida, como algunos creen erróneamente. En última instancia, el pesimismo de Schopenhauer descansa sobre ciertos principios metafísicos acerca de la naturaleza de la existencia misma, cuya esencia es lo que él llamó voluntad.

Para nuestros propósitos aquí, basta con que entendamos la voluntad como una especie de fuerza que subyace, condiciona y motiva todo lo que existe. Como tal, todo lo que es existe para desear sin cesar, y por lo tanto nunca alcanza una satisfacción duradera.

El lado luminoso

Dado que el mundo en el que vivimos nos obliga a lidiar con pandemias, problemas económicos, guerras y cambio climático, la expectativa de vivir una vida feliz es abrumadora. No es realista pensar que siempre debemos mirar el lado positivo de los acontecimientos.

E incluso si elegimos hacerlo, sigue siendo cierto que, como dice el pesimismo, existimos para querer y desear sin cesar. Ante esto, el imperativo de la felicidad entra en claro conflicto con la esencia de la existencia (la voluntad de Schopenhauer) porque la satisfacción no es posible. La expectativa de ser feliz se convierte así en una lucha contra la naturaleza misma de la vida.

Por eso, cuando la sociedad espera que seamos felices, y nos culpa si no lo somos, la positividad se vuelve tóxica. Si nos encontramos incapaces de cumplir con el imperativo de la felicidad, podemos sentirnos inadecuados y fracasados.

El pesimismo puede ofrecer herramientas filosóficas para comprender mejor nuestro lugar dentro de la existencia. Puede ayudarnos a aceptar la idea de que negarse a buscar la felicidad sin descanso es quizás la actitud más razonable.

Ignacio L. Moya, PhD candidate, Philosophy, Western University

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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