Resulta sorprendente, puesto que ninguno de los dos territorios directamente involucrados es productor significativo de hidrocarburos y el impacto de los bombardeos sobre la oferta mundial de crudo ha sido casi nulo hasta ahora.
De hecho, el mayor yacimiento marítimo israelí, Leviatán, no ha parado sus actividades de explotación, aunque la producción quedó paralizada en el yacimiento de gas de Tamar.
Temor a un contagio geopolítico
Las variaciones al alza se deben más bien a que los inversores se han visto guiados por el miedo. Temen que el conflicto militar repercuta en la geopolítica de otros Estados ubicados en Oriente Medio, por lo que están tasando el riesgo geopolítico. Varios países productores de petróleo han prestado apoyo a Hamás.
Entre ellos Irán, que reconoce haber ofrecido armas y entrenamiento a la organización paramilitar palestina en el pasado, pero que niega estar involucrado en el ataque del pasado fin de semana. Por otra parte, la organización militar libanesa Hezbolá ya se unió a los ataques en el norte del Estado judío.
Estados Unidos podría imponer nuevas sanciones económicas contra Irán si el régimen de los ayatolás sigue ofreciendo apoyo a Hamás. En concreto, podría endurecer las sanciones sobre el crudo iraní tras un período en el que la administración Biden ha relajado su aplicación para calmar los mercados petroleros y contribuir al incremento de la oferta global de petróleo tras la invasión de Ucrania.
Pese a ser el cuarto mayor productor de petróleo dentro de la OPEP, la influencia iraní en el mercado internacional de petróleo todavía resulta limitada debido, precisamente, a las sanciones impuestas en 2018 por la administración Trump sobre sus exportaciones.
También existe la posibilidad de que el conflicto israelí-palestino se extienda al estrecho de Ormuz, una estrecha franja marítima al sur de Irán y al norte de Omán, por el que pasa diariamente el 37 % del transporte marítimo mundial de petróleo. Una intervención iraní en los ataques podría provocar disrupciones en el tráfico marítimo en esta región, lo que multiplicaría los precios hidrocarburíferos considerablemente. Y, en el peor de los casos, incluso Arabia Saudí podría involucrarse –apoyando a Hamás– a pesar de los esfuerzos del heredero saudí por normalizar las relaciones con Israel.
Llueve sobre mojado
Lo preocupante es que este choque se produce tras el acuerdo de septiembre en el seno de la OPEP+ de recortar la producción de petróleo hasta finales de 2023, una decisión encabezada por Rusia y Arabia Saudí. El pasado 2 de abril ya habían anunciado un decremento voluntario de más de un millón de barriles diarios desde mayo hasta septiembre de este año.
La razón de estos recortes es que los países productores necesitan precios altos para cubrir las pérdidas ocasionadas por el covid-19 y equilibrar sus cuentas fiscales y exteriores. Y no han dudado en exhibir su poderío internacional actuando como un cártel.
Además, la crisis inmobiliaria y la desaceleración del consumo privado chino tras el abandono de la política de covid cero no ha contribuido a una demanda menguante de crudo en el mercado global, puesto que la industria del dragón sigue demandando energía. Y, pese a los sucesivos incrementos de los tipos de interés en Estados Unidos, su economía sigue creciendo, aunque con una inflación más controlada. Incluso Japón y la eurozona lograrán crecer ligeramente este 2023 y evitarán la recesión, según las previsiones recién publicadas por el FMI.
El mercado se recupera
Lo cierto es que el conflicto entre Israel y Hamás todavía se encuentra localizado y queda mucho hasta que consiga transformarse en una batalla regional. De hecho, los mercados se han calmado ligeramente y el precio del Brent cayó este martes hasta 87,15 dólares por barril y el del WTI hasta 85,33.
Por tanto, la resiliencia de la demanda mundial de petróleo y los recortes estratégicos de la OPEP+ parece que determinarán la evolución de los precios del crudo en lo que resta de año. Siempre y cuando el conflicto palestino-israelí no se extienda a Irán y Arabia Saudí.
Eszter Wirth, Profesora de Economía Internacional (ICADE), Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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