¿Es realmente el turismo la gallina de los huevos de oro?

(María Ángeles Tobarra Gómez, Universidad de Castilla-La Mancha; Ángela García-Alaminos, Universidad de Castilla-La Mancha y Nuria Gómez Sanz, Universidad de Castilla-La Mancha) En España el sector turístico está de enhorabuena pues vuelve a ser motor de la economía nacional. Pero, más allá del impulso al PIB, cabe preguntarse qué impactos genera y si estos son sostenibles.

Primero, las buenas noticias

Tras la pandemia el turismo vivió una recuperación progresiva durante 2021 y 2022 para acelerar su actividad en 2023. Aunque a nivel mundial se estima que el turismo ha alcanzado sólo un 88 % de los niveles previos a la covid-19, en España se habla ya de una recuperación completa, con niveles de renta que superan los de 2019 (19 % más en términos nominales y 4 % en términos reales).

Según los datos publicados por el INE a principios de febrero, en 2023 España recibió más de 85 millones de turistas internacionales, un 18,2 % más que en 2022. Además, el gasto turístico en 2022 superó los valores de 2019 y se prevé que los valores de 2023 sean mayores.

Esta recuperación es innegable si se tiene en cuenta el peso relativo del turismo en el PIB español: 12,8 % para 2023 según proyecciones, sumando los impactos directos (superiores al 6 % del PIB) e indirectos, frente al 12,6% en 2019. Como referencia, ese peso directo es comparable al de toda la construcción (5,7 %) o al del conjunto de las industrias de alimentación (2,3 %), textil (0,7 %), química (1 %), farmacéutica (0,8 %) y maquinaria (0,7 %) (Contabilidad Nacional, INE).

Para 2024, las previsiones hablan de otro récord, con un peso esperado del 13,4 % del PIB español. Esta recuperación se consideraba indispensable para que la economía española volviera a crecer. De hecho, la mayor parte (70 %) del crecimiento de 2023 se debe al turismo, que creció un 6,9 % en términos reales.

El turismo es una de las principales exportaciones españolas

La concentración de actividad en el sector turístico tiene ventajas evidentes. Se trata de un sector intensivo en trabajo (además de su importancia en el PIB, hay casi 3 millones de ocupados en actividades turísticas), con un peso relativamente más importante del empleo femenino, que emplea a un mayor porcentaje de trabajadores con media y baja cualificación que la media. Además, es una puerta de entrada al mercado laboral para jóvenes o personas con poca experiencia laboral, siendo compatible con los estudios o el cuidado de familiares.

Entre otras ventajas como motor económico y social, el turismo facilita el desarrollo económico y la dinamización de zonas rurales con poca densidad de población o sin industrias relevantes. Por otra parte, su impacto indirecto en otros sectores de la economía española es elevado, debido a que depende menos que otros sectores de las importaciones.

El turismo es también una de las principales exportaciones españolas: equilibra su balanza exterior y le aporta divisas.

Para hacernos una idea, en los tres primeros trimestres de 2023 el saldo neto de exportaciones e importaciones de bienes resultó en un déficit de 24 198 millones de euros frente al superávit del turismo, de 47 233 millones.

Pero no es oro todo lo que reluce

Como todos los monocultivos, la excesiva dependencia de un sector aumenta la vulnerabilidad de un país a los shocks que afecten directamente a dicho sector (como puso de manifiesto la pandemia). También puede tener como consecuencia una acumulación de recursos en esta actividad, reduciendo así las posibilidades de crecimiento para otras industrias nacientes.

En el caso español, el turismo presenta dos problemas, relacionados entre sí, que ponen en jaque su sostenibilidad:

  • La alta estacionalidad.

  • La excesiva concentración en determinados destinos.

La estacionalidad afecta a la evolución del mercado laboral (como muestra que el porcentaje de contratos fijos discontinuos se haya duplicado en el sector desde 2019) y se añade a las precarias condiciones laborales del sector. Además, el turismo es altamente procíclico, lo que agrava las crisis y acelera las recuperaciones lideradas por el consumo de las familias.

Sobredimensión, sobreexplotación, masificación

La sobredimensión del turismo en determinados destinos y fechas ha generado problemas de gentrificación y expulsión de residentes, comercios y otras dotaciones de las zonas turísticas.

Además, esa elevada concentración puede llevar a una sobreexplotación de recursos naturales y a un deterioro de los ecosistemas, como sucede en destinos de sol y playa donde el agua potable escasea. Con recursos limitados, la construcción de infraestructuras para atender esa demanda turística puede obstaculizar el desarrollo de otras industrias o servicios, necesarios a largo plazo para esos territorios.

La relación entre turismo y medioambiente no es unidireccional. Los últimos estudios del impacto del calentamiento global sobre la llegada de turistas pinta un escenario en el que más de la mitad de España puede ver caídas de más del 5 %, especialmente en verano. Las restricciones de agua derivadas de sequías pueden impactar también a corto y medio plazo en los servicios que pueden ofrecerse a los turistas y obligar a grandes inversiones en infraestructuras.

¿Cuánto es demasiado?

Dice un viejo adagio que la diferencia entre una medicina y un veneno es la dosis. Nadie duda de la importancia del turismo como actividad social, de esparcimiento y descanso, de encuentro entre personas y culturas, de crecimiento y descubrimiento personal. Y sí, también como una actividad económica que, en el caso de España, lleva marcando la evolución del ciclo económico desde hace décadas. En realidad, la diferencia entre medicina y veneno no sólo depende de la dosis (aunque es importante) sino de cómo se administra, cómo se relaciona con otros elementos presentes, o la capacidad de absorción de cada organismo.

No basta con incorporarlo al discurso. El sector turístico debe realizar cambios para aumentar la sostenibilidad de sus actividades, con un equilibrio entre sus tres dimensiones (económica, social y medioambiental).

La parte económica no puede quedarse en la generación de más renta sino que debe mejorar su distribución territorial y entre agentes (los salarios sólo han aumentado un 4 % en 2022 y en 2023). El impacto social no sólo debe medirse en número de empleos sino también en mejorar su calidad, y debe incorporar los impactos que tiene en las comunidades donde se concentra, sea por masificación, subida de alquileres o por necesidad de nuevas infraestructuras.

En el plano medioambiental, el turismo presenta un peso relativo en las emisiones de gases de efecto invernadero superior al que tiene sobre el PIB y el empleo. Su elevado impacto en el medio ambiente hace imprescindible la introducción de cambios significativos, no sólo en la forma de producir estas actividades sino también en el tipo de turismo y transporte asociado que se puede soportar de forma sostenible.

Los cambios sociales y productivos de las últimas décadas han transformado la economía española otorgando un peso cada vez mayor al turismo. Que el crecimiento de este sector contribuya también al equilibrio del resto de la economía a medio y largo plazo dependerá de su capacidad para adaptarse a los nuevos desafíos y para convencer a la sociedad de que su aportación positiva supera sus problemas. La sostenibilidad debe dejar de ser un objetivo secundario para convertirse en una cuestión de supervivencia para el sector.

María Ángeles Tobarra Gómez, Profesora Titular de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Castilla-La Mancha; Ángela García-Alaminos, Investigadora posdoctoral, Universidad de Castilla-La Mancha y Nuria Gómez Sanz, Profesor/Investigador en Economía Medioambiental, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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