Esta radiografía de la sociedad española, desarrollada desde el Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida (OICV), se ha hecho sobre la base de 2 270 individuos encuestados.
El perfil de la felicidad ciudadana pasa por individuos que comparten su vida en pareja, cuentan con estudios más allá de los obligatorios y tienen una edad avanzada. En cambio, los jóvenes son los más vulnerables en calidad de vida.
La familia sigue siendo el principal factor de satisfacción, junto a la confianza en el vecindario y el clima laboral. La crisis energética y de precios preocupa gravemente al ciudadano; su situación económica condiciona mucho más su felicidad y varía de acuerdo con la comunidad autónoma de residencia.
La precrisis económica condiciona la calidad de vida ciudadana
Desde los organismos internacionales se han determinado diversos índices sobre calidad de vida. Se trata de indicadores multidimensionales, entre los que el PIB o la renta de los ciudadanos resultan ser clave, pero donde también se integran otros factores como el estado del bienestar, la transparencia, la imagen del país, los derechos humanos, las condiciones laborales, e incluso el clima o la generosidad de sus ciudadanos.
De esta forma alcanzamos a medir la felicidad ciudadana que, desde el OICV, definimos como “el bienestar y satisfacción con la vida logrados por el individuo a través de su entorno social en sus esferas residencial, familiar y laboral”. Para muchos investigadores, la eficiencia de este indicador de crecimiento es superior a la del PIB.
Medir la calidad de vida
Tanto el índice de felicidad mundial (WHI) de la ONU como otros indicadores de progreso social y calidad de vida tienen una alta correlación con las cuestiones económicas de la sociedad evaluada. Así, vemos que los países nórdicos europeos suelen alcanzar, de una u otra forma y edición tras edición, los primeros puestos de estos ránquines. No obstante, también encontramos a la cabeza de estos baremos a países como Costa Rica, más alejados de una visión puramente economicista del crecimiento.
Dice el dicho: “El dinero no da la felicidad… pero ayuda”, a lo que nosotros añadimos: “sobre todo en tiempos de carestía”. Esta cuestión parece clave, por los resultados extraídos de nuestra investigación de la sociedad española de 2022, que ponen de manifiesto que un aumento o una rebaja de ingresos conlleva niveles mayores o menores de felicidad en los ciudadanos.
Cabe destacar las marcadas diferencias en la percepción de bienestar entre los individuos de mayores y menores niveles de renta, pero llama la atención que estas diferencias se atenúan en el apartado relativo a cómo les ha afectado la pandemia.
El grave problema social que deja la covid-19
A pesar de tratarse de un estudio centrado en España, hemos detectado dos cuestiones que también aplican a la sociedad actual europea:
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Se reduce el efecto negativo de la pandemia sobre la calidad de vida en general.
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Los jóvenes son los que más sufren dichos efectos negativos, con consecuencias sobre su felicidad individual, fundamentalmente por razones psicológicas, lo que los hace más vulnerables.
Tenemos una paradoja de crecimiento inverso tanto en población como en calidad de vida, con una base social profundamente dañada que debe mantener a la generación del baby boom y que, aún teniendo una buena formación, está lejos de alcanzar la felicidad social de la que presumen sus mayores. Además, las nubes negras en horizonte económico hacen más compleja la solución y el desarrollo de estrategias para lograrla.
Entre los menores de 30 años, muchos de ellos sufrieron importantes trastornos en su educación debido al cierre de aulas y al aprendizaje online . Otros vieron obstaculizada su emancipación económica por la dificultad de insertarse en el mercado laboral, unida a una más compleja conciliación familiar. Además, los confinamientos sufridos les han generado desconfianza hacia su entorno más cercano.
Para agravar esta situación, en edades tempranas los factores sociales son menos relevantes que las propias condiciones individuales (por ejemplo, los problemas psicológicos) para determinar la calidad de vida de los individuos.
Otro resultado a resaltar es que, aunque la autoestima sea una valoración personal y subjetiva difícil de medir, en la población joven ha sido más determinante que los factores físicos en los mayores para su calidad de vida.
Mejor en familia
Por último, entre los factores más relevantes para determinar la felicidad ciudadana sigue siendo primordial la situación familiar. Entre las cuestiones que más aumentan dicha justificación tenemos las económico-laborales, pero también las relacionadas con la sostenibilidad del planeta.
Confianza, seguridad en el entorno de residencia e integración social, junto al reconocimiento del sistema sanitario español, universal y público, completan el reparto.
La representatividad de la muestra sobre población por territorios permite establecer un ranquin sobre felicidad ciudadana en el que Asturias se alza con el primer puesto, seguido de Castilla-La Mancha y Extremadura.
El ciudadano presenta niveles más elevados de calidad de vida si comparte su vida en pareja, está casado o incluso si lo estuvo (viudo). Si por el contrario está separado o divorciado las diferencias a la baja son significativas, incrementando aún más el malestar si su estado civil es soltero.
En cuanto al género, los niveles de felicidad son prácticamente iguales, lo que cambia son los factores que los determinan (salvo el de la familia, que es similar para ambos grupos). El sesgo de brecha laboral y económico en el caso masculino sigue siendo una realidad. En cuanto a las mujeres, es más importante para ellas la apuesta por la economía circular y la sostenibilidad.
Víctor Raúl López Ruiz, Catedrático de Universidad en Economía Aplicada (Econometría), Universidad de Castilla-La Mancha; Domingo Nevado Peña, Catedrático de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Castilla-La Mancha; José Luis Alfaro Navarro, Catedrático de Universidad en Economía Aplicada (Estadística), Universidad de Castilla-La Mancha, and Nuria Huete Alcocer, Profesor Ayudante Doctor, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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