Qué es la propiocepción, ese desconocido ‘sexto sentido’ que también se puede ejercitar

(Por Lorenzo Antonio Justo Cousiño, Universidade de Vigo) Se encuentra delante de la pantalla de su ordenador o su teléfono móvil y alguien le pregunta cómo tiene colocado su pie. ¿Sería capaz de contestar sin mirarlo? Muy probablemente la respuesta sea afirmativa, y se lo debe a la propiocepción.

Así se llama el sentido, poco conocido entre el público, que nos informa de la posición de las partes del cuerpo en el espacio. Permite detectar cambios de longitud y tensión en diferentes tejidos, así como modificaciones en la posición de las articulaciones. Por este motivo, también se le denomina sentido posicional.

No conviene subestimar la propiocepción, ya que juega un papel muy relevante en la coordinación y el equilibrio: permite regular el movimiento y ayuda dar respuestas reflejas ante situaciones que podrían dañar nuestro aparato locomotor. Esto hace que sea fundamental para muchas actividades deportivas.

De los músculos y articulaciones a la corteza cerebral

Pero ¿cómo funciona exactamente? El sistema propioceptivo recibe información de los llamados mecanorreceptores, receptores sensoriales que detectan los estímulos mecánicos para que sean procesados por el sistema nervioso. Existen más de 10 tipos, distribuidos en los músculos, los tendones, las articulaciones, la fascia (tejido conectivo que envuelve a los músculos y otras estructuras) y la piel. Responden, principalmente, a los siguientes estímulos: cambios en la longitud muscular, la velocidad de contracción muscular, la fuerza muscular, cargas en las articulaciones y deformaciones superficiales de los tejidos.

La información propioceptiva debe ser procesada por el sistema nervioso para crear respuestas de diversa complejidad. En la médula espinal se generan reacciones estereotipadas y rápidas como el reflejo de estiramiento, el mismo que explora el especialista con el martillo en la consulta.

Partes del cerebro. En amarillo, abajo, el tronco encefálico. Wikimedia Commons / CFCF, CC BY-SA

Podría decirse que el tronco encefálico –parte del sistema nervioso entre el cerebro y la médula espinal– es uno de los centros de operaciones principales de la priopiocepción: allí es integrada la información sensorial procedente diferentes fuentes y se elaboran respuestas automáticas que ayudan a controlar la postura corporal. Y por último, en la corteza cerebral dicha información se vuelve consciente y se genera el movimiento voluntario.

Otras estructuras del sistema nervioso que intervienen en la modulación del movimiento son los ganglios basales (su deterioro se relaciona con el temblor en la enfermedad de Parkinson) y el cerebelo.

Un término asociado a este sentido es el control neuromuscular. Se trata de la capacidad de generar una activación muscular precisa por parte del sistema nervioso gracias, en gran medida, a la interpretación de la información propioceptiva. Tanto la propiocepción como el control neuromuscular son importantes para mantener la estabilidad de las articulaciones y protegerlas.

Cómo potenciar nuestro sentido arácnido

El entrenamiento de la propiocepción (o entrenamiento propioceptivo) no solo se considera fundamental en la recuperación de lesiones, sino que también puede ayudar a prevenirlas. Esta capacidad informa del estado de las articulaciones y hace que la musculatura se contraiga para evitar daños, como un esguince o una luxación.

Además, podría actuar como una especie de sexto sentido para anticiparse a las lesiones (algo así como el sentido arácnido de Spiderman). Este mecanismo anticipatorio se consigue mediante el entrenamiento y el aprendizaje.

Si nos exponemos a estímulos potencialmente lesivos, cuando el sistema nervioso reconozca una situación similar provocará una preactivación de la musculatura. Por ejemplo, si saltamos desde cierta altura, los músculos se activan antes de caer al suelo para no hacernos daño. La propiocepción proporciona la información necesaria para este adiestramiento.

Se considera que el trabajo propioceptivo y de control neuromuscular también ayuda a obtener una buena estabilidad articular (asociada a prevención de lesiones) y a un movimiento más eficaz. Por eso en muchos programas deportivos se incluye este tipo de entrenamiento.

La articulación se queda ciega

Cuando una articulación se lesiona o no se mueve durante mucho tiempo, los mecanorreceptores también quedan afectados. Esto hace que la información que recibe el sistema nervioso sea inadecuada y la capacidad para regular el movimiento disminuya. Podríamos decir que hemos dejado ciega a la articulación y la exponemos a que vuelva a dañarse.

Hace años, el tratamiento para una lesión de ligamento (esguince) se centraba solo en la recuperación del tejido ligamentoso afectado. Hoy en día sabemos que si no tratamos también el componente propioceptivo estamos exponiendo a la articulación a sucesivas lesiones e incluso a inestabilidades crónicas. Debido a esa ceguera, los deportistas describen a menudo que les falla la articulación o hablan de un esguince mal recuperado.

Shutterstock / junpiiiiiiiiiii

¿Cómo se recupera y entrena la propiocepción?

Se suele llamar entrenamiento propioceptivo a cualquier ejercicio de equilibrio sobre una superficie inestable, pero no es del todo correcto. En realidad, la propiocepción sería solo el componente sensitivo que debe ser procesado por el sistema nervioso. Después hace falta que se integre esa información y el sistema nervioso proporcione la orden muscular de corregir un movimiento (control neuromuscular).

Como consiste en una sensibilidad, nuestro sentido posicional se entrena exponiendo a estímulos mecánicos adecuados: generalmente a un movimiento de la articulación que el paciente debe identificar. Es como si un músico educase el oído para identificar las notas musicales. Cuando generamos respuestas musculares de reequilibración estamos trabajando conjuntamente la propiocepción y el control neuromuscular.

Ante una lesión, los fisioterapeutas debemos realizar un abordaje completo y progresivo. Lo primero que hay que hacer es trabajar los estímulos articulares: que el paciente reconozca una posición o sea capaz de reproducirla. Después, avanzaremos con ejercicios que generen respuestas automatizadas y reflejas, generalmente en superficies inestables.

Y por último, en el caso de los deportistas, repetiremos el gesto deportivo en diferentes condiciones de menor a mayor intensidad. Por ejemplo, un futbolista dará toques a un balón sobre un BOSU, una plataforma semiesférica con la base rígida que se utiliza para entrenar el equilibrio.

Lorenzo Antonio Justo Cousiño, Profesor de la Facultad de Fisioterapia. Fisioterapeuta, Doctor en Neurociencia, Universidade de Vigo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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