Más allá de los estados de forma puntuales de los jugadores españoles y de sus rivales en esta época del año, o de las lesiones que han sufrido en algunas ediciones del OA (como este año Alcaraz o el propio Nadal), existen razones científicas que explican su poco éxito en el abierto australiano.
La clave está en el estilo de juego
Las condiciones en las que se juega el OA son las mismas para todos los jugadores, por lo que deberían afectarles por igual. Es la forma de golpear la pelota tan especial que realizan los mejores jugadores españoles (Nadal, Alcaraz, Muguruza…) la que se ve especialmente perjudicada en Australia, cosa que no le ocurre al estilo de juego de otros tenistas como Djokovic o Tsitsipas, que golpean la pelota de forma muy distinta.
El golpe preferido de la mayoría de los tenistas españoles es el liftado, es decir, aquel que lleva una carga de efecto ascendente que ayuda a la pelota a salvar la red y luego a caer en la pista. Se ha medido que la “bola liftada” de Nadal puede llegar a las 5.000 r.p.m. mientras que la mayoría de los jugadores consiguen sólo alrededor de 2.600 r.p.m.
Con el golpe liftado nuestros tenistas logran tres objetivos.
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En el caso del liftado horizontal (golpear la bola de abajo a arriba con mucho efecto), la pelota, aunque parezca que se va a ir más allá de los límites de la pista, cae repentinamente y entra en la misma sorprendiendo al contrario.
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Tras este liftado horizontal la bola, una vez que bota, se eleva mucho, dificultando enormemente el golpe de su rival.
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Finalmente, y en el caso de que el rival haya subido a la red, el liftado lateral (golpe a la pelota lateralmente con mucho efecto) conocido como “banana shot” ayuda a los jugadores españoles a superar a los contrarios con fabulosos passing-shots.
En el siguiente vídeo, correspondiente a un partido entre Nadal y el también español Fernando Verdasco, se ve perfectamente cómo gracias al banana shot la rotación que se imprime a la bola hace que esta siga una trayectoria de fuera a dentro de la pista.
Nadal y la mecánica de fluidos
En el vídeo anterior se observa que, cuando Rafa Nadal golpea la bola liftándola lateralmente, esta sale aparentemente recta. Inicialmente la pelota golpeada por Nadal siguió la primera ley de Newton, según la cual un cuerpo se mueve en la misma dirección y a la misma velocidad hasta que se le aplica una fuerza que lo haga variar de dirección. Por eso Fernando Verdasco, al igual que todo el público presente, pensó que se iría muy lejos de la pista.
Sin embargo, la trayectoria de la pelota rápidamente comenzó a curvarse y terminó entrando ante la mirada estupefacta de todo el mundo. ¿Qué ocurrió? La mecánica de fluidos nos da la respuesta.
Una pelota de tenis se desplaza sumergida en un fluido, el aire, que la rodea por completo. El mallorquín golpeó fuertemente en un lado de la pelota enviándola alta y a su izquierda, pero también rotándola lateralmente en su movimiento. Esto provocó que en un lado de la pelota el aire se moviera en dirección contraria al giro de la misma, aumentando la presión. En el otro lado el aire se movía en la misma dirección del giro de la pelota, creando un área de baja presión.
La diferencia de presiones a los dos lados de la pelota provocó la aparición de una fuerza lateral perpendicular a la dirección de la corriente de aire que hizo que la bola se curvara hacia la zona de baja presión y cambiara su trayectoria, superando al rival y entrando en la pista. La cara de Verdasco al ser superado por culpa del Efecto Magnus, lo dice todo.
En el caso de liftar la pelota horizontalmente se produciría el mismo efecto pero la diferencia de presiones se crearía entre la zona superior de la pelota y la zona inferior, lo que empujaría la bola hacia abajo provocando un bote muy pronunciado.
Vale, ya sabemos que entre Nadal y Heinrich Gustav Magnus introdujeron la pelota en la pista. Pero, ¿puede decirnos la ciencia algo más respecto a ese golpe? Sí, puede darnos la trayectoria exacta que sigue la pelota e incluso la fórmula que la describe.
La trayectoria de la pelota
En un trabajo publicado en la revista Journal of Fluids and Structures, científicos franceses simularon este tipo de “trayectorias deportivas” usando como modelo un gol marcado por el brasileño Roberto Carlos. Para ello hicieron experimentos bajo el agua, lo que les permitió eliminar los efectos de las turbulencias en el aire y la fuerza de gravedad. Los investigadores establecieron que la trayectoria que sigue una esfera cuando gira al dársele efecto es una espiral en forma de concha de caracol. Esa espiral es la que destroza a los rivales de los jugadores españoles.
Pero ojo, y aquí está el quid de la cuestión: para que surta efecto el golpeo liftado de la pelota típico de los tenistas españoles debe reunir ciertas condiciones:
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Es absolutamente necesario que la bola gire mucho (acuérdense de las 5.000 r.p.m de Nadal). Para ello los tenistas españoles emplean raquetas con una alta aerodinámica en su marco y un alto poder de penetración en el aire.
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La bola debe adquirir gran velocidad tras ser golpeada.
Una vez entendida la forma de golpear preferida de los españoles y la ciencia que hay detrás de ese golpe, es el momento de hacerse la gran pregunta: ¿en el Open de Australia se dan las condiciones adecuadas para que triunfe el juego característico de estos tenistas? No.
Jugar a nivel del mar y en una superficie acrílica perjudica a los españoles
Para empezar, se llevan a cabo en Melbourne, a nivel del mar. Los tenistas españoles prefieren jugar a mayor altitud, donde la densidad del aire es menor, lo que reduce la resistencia al desplazamiento de la pelota y, por tanto, le permite alcanzar la velocidad necesaria para que se produzca el efecto Magnus. Además, en ciudades a nivel del mar como Melbourne la presión atmosférica es mayor, lo que hace que la bola bote menos. Otro punto en contra.
A esto se le suma que las pelotas con las que se juegan el OA son más pesadas de lo habitual, algo de lo que se ha quejado Nadal reiteradamente. Si fueran más ligeras, alcanzar el efecto Magnus serían más sencillo
La pista también juega en contra de los españoles. Desde 2020 se juega en una pista rapidísima donde la pelota sale disparada al botar. Para un liftado en condiciones, los tenistas españoles necesitan más tiempo de ejecución del golpe. Y en esta pista la bola les viene demasiado rápido y no disponen de ese tiempo.
¿Jugar de día o jugar de noche? He ahí la cuestión
Una temperatura elevada genera mayor presión interior en la pelota y, por tanto, un bote más alto tras salir despedida del suelo. Por el contrario, si hace frío la presión disminuirá y el bote será más bajo. El Open de Australia destaca por sus altas temperaturas, lo que favorece a los tenistas españoles. Sin embargo, los partidos más importantes se juegan por la noche. En ese momento la temperatura desciende mucho y, según lo explicado anteriormente, la pelota bota menos.
Esta es la razón (y no un simple capricho) por la que todos los años se desata una gran polémica sobre el horario de los partidos. Los tenistas españoles insisten en jugar por la mañana (su golpe liftado es más efectivo al botar más la pelota) y tenistas como Djokovic o Tsitsipas prefieren jugar por la noche (su golpe plano se beneficia del bajo bote de la pelota).
A eso se le suma que jugar de noche en Melbourne provoca que la humedad en la pista sea habitualmente muy alta. Esto hace que cueste más desplazarla y que adquiera la velocidad para que bote mucho tras el bote o se curve en los passing-shots. Otro elemento en contra de los tenistas españoles.
Parece que el estado de forma, la calidad o la suerte de los tenistas no es lo único que influye en el resultado. Hay razones científicas que pueden provocar la victoria o la derrota un tenista. Conocerlas puede ayudarles a ellos en su propósito, y a nosotros a disfrutar más del tenis.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog del autor, Scientia.
José Manuel López Nicolás, Vicerrector de Transferencia y Divulgación Científica. Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular. Universidad de Murcia., Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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