No obstante, el adjetivo que ha ganado popularidad al hablar de la España rural es el de vaciada. Y si hay una España vaciada, también hay una España rellena, esta vez relacionada con el medio urbano. Estos entes no están divididos por líneas claras, sino por una transición en claroscuro, e intercambian continuamente flujos de población y culturales.
A pesar de coexistir en el mismo territorio, la ciudad y el campo no han sabido entenderse. Sin embargo, ciertos acontecimientos de los últimos años, como la pandemia y la guerra de Ucrania, dibujan un nuevo escenario para el mundo rurbano. ¿Se trata solo de una tormenta pasajera o de un cambio de ciclo que nos obliga replantear las políticas socioeconómicas y medioambientales?
España vaciada (y marginada)
El término vacío como referencia al mundo rural es una entelequia, pues en realidad no está deshabitado: permanece una población que sobrevive a múltiples problemas y, además, hay una flora y una fauna que están proliferando ante la retirada de las actividades humanas.
En nuestra opinión, los calificativos marginados y olvidados son más adecuados. En todo caso, hay que reconocer el impacto y la concienciación social cosechados desde 2016, con la publicación del libro España vacía del periodista Sergio del Molino, y especialmente desde marzo de 2019, cuando se utilizó el término vaciada en una manifestación en Madrid que reivindicaba la visibilidad de estas zonas.
La España vaciada incluye las áreas que experimentaron una fuerte emigración en las décadas de los 50 y 60 y que hoy comprenden el 90 % del territorio nacional. La despoblación rural, que lleva más de medio siglo, está provocando un desequilibrio territorial con efectos políticos y socioeconómicos.
La economía de mercado prima la globalización, quedando el sector agrario como eslabón proveedor, con menor valor añadido. La agroindustria, la biotecnología y la distribución, dentro de la propia cadena productiva, acaparan las mayores inversiones de capital innovador. La faceta competitiva y la liberalización comercial impulsan la mecanización que, unida a los monocultivos y las prácticas agrarias, amortizan puestos de trabajo expulsando a la población a otros yacimientos laborales, habitualmente urbanos.
El rechazo cultural es otra fuente de marginación. Tradicionalmente, los campesinos han ocupado en muchos países el estrato social más bajo, tanto económico como cultural. Con ello la ciudad ha tenido una posición de privilegio al albergar a las clases más elevadas, minusvalorando a la gente del campo. Por ello, los emigrantes rurales solían esforzarse por liberarse de esa imagen adoptando los valores urbanos y olvidando sus orígenes.
Los problemas de la España rellena
Actualmente, alrededor del 55 % de la población mundial vive en ciudades y las megaciudades están proliferando en todo el mundo, especialmente en los países en desarrollo.
El dinamismo cultural y socioeconómico de la urbe es un polo de atracción. Más allá de la natalidad, el número de habitantes de las ciudades aumenta a través de aluviones que llegan desde el mundo rural, inmigraciones exteriores legales, debido a guerras como el reciente caso de Ucrania, o ilegales en pateras huyendo de la pobreza, inseguridad e insalubridad.
Sin embargo, el modelo urbano actual no es sostenible por su fuerte dependencia energética, alimentaria y de materias primas. La isla de calor urbana, la contaminación aérea y acústica, el aislamiento social, el crimen y la violencia provocan enfermedades físicas y psíquicas e inseguridad.
Hay también bolsas de marginados que viven en la pobreza, condiciones de estrés, vandalismo. En la España rellena de aluvión, proliferan grupos marginados por religión, pobreza, cultura u orientación sexual.
Condenadas a entenderse
Se vislumbra un escenario rurbano, con una convergencia progresiva entre lo rural y lo urbano, que están condenados a entenderse pues ninguno de los dos es viable de forma aislada.
Bajo esta perspectiva de entendimiento hay varias cuestiones a analizar, como la velocidad de esta aproximación, el horizonte contemplado, los recursos disponibles y los cambios a realizar para conseguirlo.
Las crisis socioeconómicas y naturales propician el caldo de cultivo para acelerar las modificaciones. Así, el cambio climático, los incendios, las sequías y las olas de calor, entre otros factores, está propiciando la aceleración de medidas a tomar.
Por otra parte, la ciudad se encuentra en un proceso de naturación, es decir, incorporar la naturaleza en su entorno, lo que la aproxima a prácticas hasta ahora rurales, como es el caso de la agricultura urbana.
El campo debe organizar sus demandas de forma insistente y coherente, adaptándolas a la situación del momento, resaltando las ventajas de una convivencia con el mundo urbano. Y la ciudad debe utilizar su potencial socioeconómico para hermanarse y desarrollar proyectos y actividades que salven al mundo rural de su incierto futuro.
En síntesis, se trata de buscar un balance rurbano, estabilizando las salidas del campo y atrayendo urbanitas para descongestionar las ciudades. Estas son algunas de las medidas a adoptar para modificar los flujos migratorios campo-ciudad:
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Crear polos de desarrollo en áreas rurales.
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Estimular el teletrabajo, dotando a los pueblos de infraestructuras de comunicación y servicios básicos esenciales para una vida amigable y sostenible.
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Orientar los flujos de inmigrantes, cuya intensidad irá en aumento, hacia el mundo rural.
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Medidas políticas, con visión a largo plazo, que estimulen inversiones y asentamientos empresariales, compatibles con el medio ambiente, creando puestos de trabajo y actividades económicas y culturales
Julián Briz Escribano, Catedrático emérito, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Isabel de Felipe Boente, Profesora jubilada de Economía y Desarrollo, Universidad Politécnica de Madrid (UPM), and Teresa Briz, Profesora Contratada Doctora. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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