En verano del año pasado, la gasolina alcanzó en España precios de hasta 2,1 euros por litro y algunos auguraban que alcanzaría los 3 euros. Hoy el gas está –y ha estado este invierno– prácticamente al mismo precio que antes de la invasión, la electricidad lleva meses más barata que antes y el litro de gasolina está en torno a los 1,5 euros. El trigo, casi un 50 % más barato que hace un año.
¿Qué ha pasado? Desgraciadamente, no es que haya acabado la invasión. Lo que ha ocurrido es que los mercados han funcionado y la oferta y la demanda se han ajustado al nuevo escenario, llevando los precios de nuevo al equilibrio en los mercados de materias primas.
Los precios de la energía
En el lado de la demanda, en empresas y hogares se ha buscado la eficiencia energética para gastar menos. En las casas y comunidades de vecinos la calefacción se ha encendido más tarde, se ha invertido en aislamientos y se vigilan más los consumos. Las empresas también han tomado conciencia de la importancia del coste energético y han tomado medidas. El resultado de todo esto es una bajada del consumo de gas de más del 17 % en Europa (un 10,8 % en España).
¿Se habrían tomado estas medidas si no hubiera habido una brutal subida en los precios? Muy probablemente no. Aunque suene raro, esta subida de precios ha sido sana porque ha llevado a los consumidores a la eficiencia.
Por el lado de la oferta, y especialmente en el caso del gas, el mercado ha funcionado: al subir tanto los precios aparecieron vendedores de gas de debajo de las piedras y Europa tiene incluso dificultades para almacenarlo. Hay exceso de oferta y el precio del gas se ha desplomado. Ha habido incluso atascos de buques metaneros para descargar gas natural licuado en los puertos españoles.
Es la oferta y la demanda
Podríamos hacer la misma reflexión con el trigo, el maíz o el petróleo. Al subir los precios ha aparecido más oferta. Es así desde hace 2 000 años. Esto nos lleva a algo difícil de entender, incluso para los estudiosos. Los precios no tienen que ver con los costes, tienen que ver con la oferta y la demanda. Al mercado no le interesan los costes sino encontrar el precio al que al vendedor le interesa vender y al comprador, comprar.
Hace un año el coste de extraer un barril de petróleo era prácticamente el mismo que hoy y, sin embargo, hoy cuesta cerca de un 40 % menos. ¿La razón? La oferta y la demanda. El coste de una habitación de hotel en Pamplona el 7 de noviembre y el 7 de julio es similar (para el propio hotel). Y sin embargo, el 7 de julio, con los sanfermines, el precio se multiplica por cuatro. ¿Por qué? Por la oferta y la demanda.
Ahora bien, si los mercados se ajustan, ¿por qué la cesta de la compra no baja? La respuesta es doble:
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Porque la demanda sigue firme. Necesitamos comprar comida y la demanda es bastante inelástica (no varía mucho ante los cambios de precio) en productos básicos como la leche, el aceite y los huevos.
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Porque, para que bajen los precios, se necesita que haya competencia, más productores ofreciendo sus productos en el mercado.
No hay que confiar en que los precios bajarán cuando bajen los costes de los productos, porque no lo harán. Bajarán cuando aumente la competencia y sobre producto en el mercado.
Por otro lado, hay bienes que ya están bajando. ¿Por qué? Porque su consumo se ha ajustado a los precios.
Ajuste de mercados
Por ejemplo, si sube mucho el precio de la ternera consumiremos menos ternera y compraremos más pollo. ¿Qué sucederá entonces? Al disminuir la demanda, los productores se encontrarán con terneros a los que tendrán que dar salida y eso hará bajar los precios.
Como conclusión, y ahora que se habla tanto de intervenir los mercados, un consejo para los poderes públicos: dejen que los mercados se ajusten. El precio es un indicador del exceso de oferta o de demanda y cualquier desequilibrio será corregido por el propio mercado. Si el precio sube mucho aparecerán nuevos vendedores, se reducirá la demanda y se ajustará el precio.
Todo intento de fijar un precio no basado en la oferta y la demanda lleva al desabastecimiento o al mercado negro. Si se quiere que bajen los precios de un bien o de un servicio, o que mejore ese servicio, se debe favorecer la aparición de nuevos competidores. Solo así se pondrán las pilas los que ya están en el mercado. No hay nada peor que sentirse un cliente cautivo.
Álvaro Bañón Irujo, Profesor de Dirección Financiera e Inversiones, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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