Vivimos actualmente en una espiral de inflación generada por la crisis global de suministros, la intensa dependencia energética y la invasión que sufre Ucrania por parte de Rusia.
Además, tras cerca de dos años de confinamiento, el consumo se ha acelerado. Todos estos factores han sobrecalentado la economía y amenazan su crecimiento.
Crecimiento y ahorro
Los economistas estadounidenses Robert Solow y Trevor Swan desarrollaron en 1956 su teoría del crecimiento económico. En ella, establecen que el ahorro (que se hace inversión) es el principal motor del crecimiento y que, aunque el consumo es positivo, no debe ser excesivo. Esta es la regla de oro de la tasa de ahorro.
Entonces, la inflación, que no es otra cosa que la manifestación extrema del tirón del consumo, frena la posibilidad de incrementar el ahorro y, por lo tanto, limita el crecimiento.
La teoría de Solow y Swan explica que el motor inicial del crecimiento es el ahorro. Ese ahorro es reinvertido y genera nuevo capital. La acumulación de capital produce una mayor renta. Esa mayor renta es nuevamente destinada al consumo y al ahorro, y vuelve a girar la rueda. Así, se crea un círculo virtuoso en el que llega un momento en el que la acumulación de capital es tal que ya no es posible seguir creciendo. Es lo que se conoce como estado estacionario.
Por tanto, las economías de los países tenderían a crecer hasta un estado estacionario. Solo acontecimientos tan relevantes como las crisis, las guerras o los desastres naturales podrían apartar a la economía de su estado estacionario. Al recuperarse la economía, gracias al ahorro, tendería de nuevo al estado estacionario.
Así, en la teoría, todas las economías deberían tender hacia un estado estacionario. Pero la práctica muestra que hay economías, especialmente las occidentales, que tienden hacia el crecimiento permanente. Entonces, además del ahorro, deben existir otras palancas del crecimiento económico.
Crecimiento e innovación
La tecnología y el capital humano también son importantes para explicar el crecimiento económico. Si los economistas neoclásicos se enfocaron en la relación entre la innovación técnica y el capital físico, Gregory Mankiw, David Romer y David N. Weil estudiaron la relación entre la innovación técnica, el capital humano y las instituciones, incluyendo a los gobiernos, de cara al crecimiento de una economía.
El cambio tecnológico es el resultado de la interacción entre el capital humano, la innovación, la investigación y el desarrollo. El propio Romer ha recomendado que el dinero público financie las instituciones educativas y la I+D.
Para Hans-Jürgen Engelbrecht, el nivel educativo desempeña un papel decisivo en algunas fases del desarrollo económico. Esto se vio claramente con el crecimiento económico de los tigres asiáticos (Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur) en la década de los sesenta del siglo XX. El aumento de la productividad es más rápido en los países con niveles de escolaridad media más altos.
El desarrollo del capital humano tiene mayores efectos en el crecimiento cuando es específico de la difusión tecnológica. En esta categoría entran las materias CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Por ello, para poder predecir el crecimiento económico, los economistas se fijan en los indicadores educativos (años de escolarización, gasto en educación, tiempos de enseñanza…).
Crecimiento y educación tecnológica
Tras investigar el PIB per cápita de la economía americana (2001), el profesor Robert J. Barro concluyó que el aumento de la calidad del capital humano impacta positivamente en la tasa de crecimiento de la economía. A partir de su investigación, quedó admitido que el capital humano es también un motor del crecimiento.
No solo importa la cantidad de educación (años de escolarización), sino también la calidad de la misma, los resultados obtenidos. Las políticas educativas de cada país deben ser acordes al posicionamiento estratégico de su economía.
Otros modelos no tan formales del crecimiento económico toman en cuenta factores como las políticas financieras, los recursos naturales disponibles e incluso el nivel de corrupción de una economía.
Así mismo, otros economistas han identificado como fuente de crecimiento económico el sistema de valores que marque una determinada cultura o religión. Es un factor difícil de cuantificar pero que puede tener un impacto decisivo.
Crecimiento y políticas públicas
Por último, y no por ello de menor interés, nos encontramos con la participación de los gobiernos en el crecimiento económico a través de sus políticas fiscales y de gasto público. Una mayor inversión en infraestructuras afecta de manera positiva al crecimiento económico en la medida en que el aumento de productividad a causa de la inversión pública tenga su efectos luego en la recaudación impositiva.
Para Mankiw, la inversión en educación y sanidad favorecen el crecimiento económico (Principios de Economía, Parte IX, capítulo 25). Las transferencias (ayudas, subvenciones, etc.) también son positivas, en la medida en que se presentan como políticas redistributivas que favorecen a los segmentos más vulnerables. En cuanto a los impuestos, lo óptimo es gravar el capital físico y no las rentas del trabajador, pues estas generan externalidades positivas.
Los resultados de la I+D de una empresa no solo van a beneficiar a la empresa o a la industria en cuestión, sino que acaba produciendo externalidades positivas para gran parte de la sociedad. Por ejemplo, la I+D en el área de semiconductores genera beneficios a los productores de chips pero también a los fabricantes de baterías y al sector de la automoción.
Las economías no deben de perder de vista estos factores y cómo contribuyen a su crecimiento.
Carlos Alberto Lastras Rodríguez, Profesor de Economía y Métodos Cuantitativos, Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.