El BCE ha dejado claro que más que un sustituto del efectivo, sería más bien un instrumento complementario para facilitar los pagos de los ciudadanos europeos, disminuyendo los costes de transacción y aumentando la confianza en las operaciones digitales y en el dinero público.
Se trata de dar una respuesta centralizada a la propuesta de las finanzas descentralizadas y los criptoactivos, garantizando cierto anonimato (pero no el anonimato pleno) de los ciudadanos, así como un número de transacciones muy superior al que ofrecen las criptomonedas.
Todo esto manteniendo, además, los tres elementos fundamentales de una moneda (y que a día de hoy las criptomonedas no ofrecen de manera simultánea): ser un medio de pago, una reserva de valor (lo que permite el ahorro) y una unidad de cuenta (para fijar precios).
La moneda física no desaparece
Aunque el dinero físico perviva, en una economía cada vez más digitalizada y moderna será cada vez más ineficiente, residual y controvertido.
Además, queda por definir cuál será el papel de la banca en la creación del dinero.
Si la propuesta de euro digital admite que los ciudadanos puedan depositar su dinero en el BCE, el papel de los bancos podría hacerse irrelevante y afectaría severamente a la intermediación financiera tradicional. La razón es que los ciudadanos preferirían depositar el dinero en el BCE antes que en un banco comercial, que siempre supondría más riesgo.
Una opción sería que los bancos comerciales ofrecieran unos tipos de interés para los depósitos lo suficientemente atractivos como para justificar el riesgo. Pero todo apunta a que la propuesta que salga adelante tendrá muy en cuenta el papel de la banca actual y su potencial de riesgo sistémico.
Una incorporación paulatina
En una primera instancia, tras el lanzamiento del euro digital se mantendría gran parte del statu quo para evitar problemas de inestabilidad financiera y desconfianza. Por ejemplo, el dinero en efectivo, aunque a la larga se haga irrelevante.
También se mantendría el papel de la banca en la intermediación financiera y en la captación de depósitos, si bien su modelo de negocio estaría abocado al cambio por la elevada presión regulatoria, la proliferación de la banca en la sombra (fuera del alcance de las entidades de regulación nacionales) y la posibilidad de depositar el euro digital en el BCE.
En España, según la Encuesta nacional sobre el uso de efectivo que realiza el Banco de España, el uso de dinero físico en las transacciones de los ciudadanos se mantiene a la baja desde 2014, año en el que el 80 % de los encuestados lo elegía como su primera opción.
En 2020, año de la pandemia y en el que el Banco de España hizo la última encuesta, el 39 % de los ciudadanos manifestaron utilizar el efectivo como medio de pago más habitual, siendo los segmentos de la población de menor y mayor edad los que más lo utilizaban.
Lo que pasa en Europa
Algunos países del norte de Europa ya han reducido muy significativamente el uso del efectivo; en el caso de Suecia, ya en 2020 a menos del 10 %. De hecho, su banco central, el más antiguo del mundo, está liderando conscientemente este proceso que implicará, tarde o temprano, la plena bancarización de la actividad económica y prácticamente el abandono del uso del efectivo en las transacciones comerciales.
La propuesta que se haga desde el BCE no incluirá una introducción drástica del euro digital si no más bien un proceso incremental que se resolverá naturalmente, sin alarmismos, haciendo convivir la moneda física y la digital y sin alterar la situación de la banca ante su potencial riesgo sistémico.
El euro digital, cuando se implemente, aportará menores costes de transacción y, por tanto, una mayor eficiencia monetaria. Algo de lo que todos los europeos acabarán beneficiándose.
Francisco Joaquín Cortés García, Profesor del Doble Grado en Administración y Dirección de Empresas y Finanzas, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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