Trabajar en una única dirección
La primera dimensión de un buen trabajo en equipo es la alineación en la dirección, donde el equipo comparta una comprensión clara de sus objetivos y el papel que cada miembro desempeña en alcanzarlos. En expediciones en alta montaña es fundamental que se trabaje por un objetivo común y no solo por sus objetivos individuales.
Puede parecer que el objetivo es sencillo, llegar a la cumbre. Pero realmente no es ese el único, hay que asegurarse de que cada miembro del equipo regrese a salvo. El equipo que sea capaz de dejar sus egos de lado y sepa alinear los objetivos comunes por encima de los suyos será el que tendrá éxito.
Confianza plena y comunicación de calidad
La segunda dimensión clave para el liderazgo en equipo implica una interacción de alta calidad, que abarque la confianza, la comunicación y la disposición a confrontar conflictos. En una montaña, la confianza no es solo un valor, sino un seguro de vida. En un ochomil, en los últimos 1 000 metros de una escalada es esencial que los miembros del equipo confíen unos en otros y se comuniquen de modo efectivo.
La capacidad de abordar y resolver conflictos es vital para mantener esta confianza. Las vivencias en la alta montaña son extremas y los conflictos aparecen muchas veces por cosas que en la vida cotidiana apenas nos molestarían; esto produce choques y perdidas de confianza. Si no somos capaces de gestionarlo, al día siguiente no trabajaremos bien encordados en la misma cuerda.
Cuando realizamos viajes con estudiantes a la montaña, reflexionamos por ejemplo sobre los prejuicios personales que tenemos y trabajamos para superarlos y fomentar un ambiente más inclusivo y cooperativo, esencial para el éxito de cualquier expedición.
Todos los miembros aportan algo valioso
La tercera dimensión consiste en crear un ambiente donde los miembros se sientan capaces de contribuir. En una expedición, la contribución de cada persona no siempre será física, por ser el que más rápido va o el que más peso puede llevar. Algunos miembros del equipo pueden proporcionar apoyo emocional, compartir sabiduría o proponer ideas para hacer el viaje más agradable.
Reconocer y valorar estas diversas contribuciones puede transformar un grupo de individuos en un equipo resiliente e innovador. En las expediciones, intentamos crear un espacio para que todos contribuyan, lo que implica identificar las fortalezas únicas de cada persona y fomentar una atmósfera inclusiva.
El líder que va al final
Nadie sube el Everest solo. El equipo es fundamental. Pero además hay otras características sobre liderazgo que podemos aprender en la montaña.
Dos de ellas son la empatía y el servicio. En las expediciones el líder suele ir al final. Esta idea desafía la imagen tradicional del líder como la figura más visible y dominante que va delante del grupo. En cambio, promueve una visión del liderazgo centrada en la empatía, el apoyo y el servicio. Al quedarse detrás, un líder puede observar la dinámica del equipo, entender los desafíos de cada persona y asegurar que nadie quede rezagado. Es también una metáfora de que el verdadero liderazgo trata de servir a los demás y fomentar un sentido de logro colectivo.
Aceptar los contratiempos
Otra cualidad indispensable es la resiliencia, especialmente en el entorno duro e impredecible de las montañas. Esta implica la capacidad de enfrentar y superar adversidades, emergiendo más fuertes de ellas. En muchas expediciones tenemos que esperar numerosas horas o incluso días para poder volar o continuar andando. También podemos vernos obligados a descartar etapas debido al mal tiempo. Y muchos alpinistas en alta montaña cuentan numerosas “tentativas fallidas” a las cimas que en realidad no fueron fracasos, sino lecciones de resiliencia.
Estas experiencias nos enseñan a adaptarnos, a perseverar y mantener una perspectiva positiva a pesar de los contratiempos. Es fundamental celebrar pequeñas victorias del día a día e incluso reírnos de nuestras propias preocupaciones o desdichas.
Contar con la sabiduría local
En el Everest, el liderazgo intercultural es también vital. Los sherpas, grupo étnico originario de las regiones montañosas de Nepal, con su profundo conocimiento de las montañas, nos proporcionan continuas lecciones en adaptabilidad, humildad y en respeto por la naturaleza y el medio ambiente.
Con ellos también compartes sus pujas (ritual religioso), sus bailes, sus silencios o su sentido del humor. Un buen liderazgo implica también reconocer y valorar la sabiduría local, aprender de su cultura y tradiciones y superar cualquier barrera cultural para construir un equipo cohesionado y respetuoso.
Cuidar del propio bienestar
Por último, cuidar del propio bienestar es importantísimo. En entornos de alto estrés como el montañismo, disponer de estrategias que nos ayuden a manejar el estrés y preservar la salud mental y física es fundamental. Mantener un equilibrio entre el desafío y el descanso, una adecuada alimentación, acompañarse de buenas relaciones o pedir ayuda cuando se necesite nos ayudará a cuidarnos y, por tanto, a mantener la motivación y la capacidad de guiar a otros en nuestros desafíos.
Honremos pues el espíritu de las montañas recordando todas las lecciones que nos enseñan. Muchos de estos principios (comunidad, confianza, innovación, resiliencia, empatía y bienestar) son universalmente aplicables. Ya sea en una expedición de alta montaña o en la vida cotidiana, estos valores nos guían hacia convertirnos en mejores líderes y, en última instancia, en mejores personas.
Edurne Pasabán Lizarribal, Profesora asociada, IE University y Borja Santos Porras, Vice Dean and Professor of Practice - IE School of politics, economics and global affairs, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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