En Europa también llevábamos a cabo similares prácticas, pero no con personas, sino con animales. Fue el cirujano italiano Girolamo Fabrizi d’Acquapendente (1537-1619) al que se le ocurrió la idea de la transfaunación, que consistía en transferir el contenido del rumen –una parte del aparato digestivo de los rumiantes– de un animal sano a otro enfermo.
A principios del siglo XX, el científico ucraniano Iliá Méchnikov propuso que la ingesta de bacterias ácido lácticas del yogur era beneficiosa para la salud y que podían desplazar a las bacterias perjudiciales como Clostridium. Estas producían sustancias tóxicas que promovían el envejecimiento.
Nacen los trasplantes de microbiota fecal
En paralelo, la idea de que en las heces de un portador sano había algo que permitía curar algunas patologías gastrointestinales fue madurando. Se vio confirmada definitivamente gracias a los trabajos del médico estadounidense Ben Eiseman.
En 1958, Eiseman consiguió desarrollar un protocolo para el uso de enemas fecales con el fin de curar la colitis pseudomembranosa producida por Clostridioides difficile (antes conocida como Clostridium difficile). Habían nacido los trasplantes de microbiota fecal, FMT por sus siglas en inglés.
Esos resultados despertaron un interés creciente en estudiar y caracterizar a los microorganismos que habitan nuestro intestino, lo que conocemos como microbiota intestinal. Cada nuevo avance nos hacía comprender que nuestro estado de salud general dependía del estado de esa comunidad microbiana.
Biobancos de heces
A partir de 2012 comenzaron a aparecer los primeros biobancos de heces de donantes sanos. Y en 2013 se realizó el primer ensayo clínico que demostró fehacientemente que el FMT funcionaba para el tratamiento de las infecciones recurrentes por C. difficile.
Desde los primeros estudios de caracterización de la microbiota intestinal quedó claro que la composición de la misma se veía afectada por la dieta, por la ingesta de antibióticos y sobre todo por la edad del individuo. La microbiota de un lactante era distinta a la de un adolescente, que a su vez era distinta a la de un adulto, y esta, a la de un anciano.
Así que más de un investigador se planteó estudiar si era la edad lo que afectaba a nuestras comunidades de microorganismos o si ocurría lo contrario. Y como siempre, puede decirse que lo que pasa está entre ambas hipótesis.
Según envejecemos, nuestra fisiología cambia y con ello el hábitat intestinal donde están nuestros microbios, con lo que se produce un cambio de sus poblaciones. Pero también sucede lo contrario según los resultados de un estudio realizado en ratones y publicado en la revista Microbiome.
Trasplantes rejuvenecedores (en ratones)
Los investigadores realizaron trasplantes de heces de ratones ancianos (24 meses de edad) a ejemplares jóvenes (3 meses) y encontraron que se aceleraban los procesos de inflamación asociados al envejecimiento en el sistema nervioso y en la retina. Dichos efectos se correlacionaban con un aumento de la permeabilidad de la barrera intestinal y una activación de la producción de citoquinas inflamatorias.
Como era de esperar, también implantaron heces de ratones jóvenes en ancianos. Y entonces encontraron que los fenómenos inflamatorios en cerebro, retina e intestino disminuían.
Es tentador pensar que estos trasplantes de microbiota fecal están rejuveneciendo o, al menos, retrasando el proceso de envejecimiento. Pero debemos recordar que esto se hizo con ratones y que quizás en humanos no funcione de la misma manera. Aunque claro, la posibilidad está ahí, y como hemos dicho antes, ya existen los biobancos de heces.
¿Deberíamos conservar nuestros excrementos?
Así que cabe preguntarse si sería factible guardar una muestra de heces de cuando somos jóvenes y utilizarla más adelante en nuestra vida para así curar posibles infecciones intestinales o incluso rejuvenecer. Esta posibilidad es la que se describe en una revisión publicada en la revista Trends in Molecular Medicine.
Además de la edad, la dieta y la ingesta de antibióticos influyen en la composición de la microbiota. Esa es la principal razón por la que los miembros de las sociedades industrializadas la tienen muy distinta a la de las no industrializadas. Lo que se propone en ese artículo es que de esa manera podríamos volver a un estado de “microbiota preindustrial o asilvestrada”.
En cierto sentido sería algo similar a lo de guardar la sangre del cordón umbilical del recién nacido para usarlo en caso de futuros problemas de salud. Aunque hay que decir que es mucho más sencillo conservar microorganismos de las heces que la sangre.
¿Y para qué serviría realizar un trasplante autólogo de heces? Pues aparte de para tratar posibles infecciones por C. difficile o incluso rejuvenecer, los autores también proponen que podría ser usado para el tratamiento de diversos trastornos autoinmunes o de la obesidad.
La idea es factible, aunque así mismo cabe comentar que la evolución nos ha dotado de nuestra propia reserva de microbiota. Parece ser que la función de nuestro apéndice intestinal es funcionar como un reservorio de microorganismos sanos en el caso de que tengamos que recuperarnos de algún trastorno intestinal.
En el fondo, creo que se reduce a aplicar una máxima de la microbiología: si cuidamos de nuestros microbios, ellos cuidaran de nosotros. Así que coma sano, porque así sus microbios estarán sanos.
Manuel Sánchez Angulo, Profesor Titular de Microbiología, Universidad Miguel Hernández
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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