Venezuela, Irak, Nigeria o República Democrática del Congo son solo algunos de los casos que ilustrarían bien esta paradoja.
La academia y la sociedad civil se refieren a ella como la maldición de los recursos. Distintas disciplinas académicas se han esforzado por explicarla. Las ciencias políticas se han focalizado en las teorías del ciclo de la renta (rent-cycling) y del Estado rentista.
Los economistas han encarado el análisis de la maldición a partir de la teoría de la enfermedad holandesa, relativa a los efectos negativos para la economía de un país de un aumento repentino y abrupto de sus ingresos en divisas.
Ingresos repentinos
La enfermedad holandesa puede estar desencadenada por diversos factores:
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El descubrimiento repentino de un yacimiento de un recurso natural de gran demanda internacional: un filón de un mineral valioso, o una bolsa de petróleo o gas natural.
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La subida brusca y repentina de los precios de las materias primas que exporta un país, tal y como se registró en el bienio 2007-2008, en 2012 o al inicio de la guerra de Ucrania.
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El aumento del volumen de las exportaciones de materias primas (commodities), que ha acompañado al crecimiento de las economías emergentes, particularmente por la elevada demanda que China ha hecho de ellas.
Cualquiera de estos factores supone un aumento del ingreso de divisas –dólares, por lo general– en los países exportadores. Esto provoca una apreciación real de su moneda, lo que, a priori, genera un encarecimiento de las exportaciones mientras las importaciones se abaratan.
Con esto, los sectores exportadores tradicionales –vinculados a la industria o a la agricultura– se verían afectados de forma negativa. Paralelamente, sectores como la construcción –destinados al mercado interno y no comercializables internacionalmente– podrían verse favorecidos por un abaratamiento en los costes.
¿Cuáles son los posibles efectos?
Podemos distinguir tres efectos distintos:
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Efecto gasto. A consecuencia de la apreciación de la moneda, la economía nacional puede perder competitividad, perjudicando sus exportaciones tradicionales.
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Efecto asignación de recursos. Los factores productivos –trabajo y capital– se reasignan a los sectores que se revalorizan en el mercado nacional, esencialmente la industria extractiva. Ello se puede traducir en una caída de los niveles de producción en los sectores tradicionales.
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Efecto derrame. La economía nacional puede acabar especializándose en actividades de exportación de materias primas, vinculando así peligrosamente su ciclo económico a los precios internacionales y la demanda externa.
En síntesis, una economía está afectada por la enfermedad holandesa cuando la entrada masiva de divisas por la exportación de un recurso natural produce la apreciación de la moneda nacional, haciendo perder competitividad a los demás sectores de exportación (industria y agricultura) y poniendo en riesgo el crecimiento potencial a largo plazo.
¿Se puede evitar la maldición de los recursos?
Ahora que ya sabemos las razones por las que la abundancia de materias primas puede ser un obstáculo para el crecimiento y desarrollo de un país, cabe preguntarse ¿tener recursos naturales es necesariamente una maldición?
La experiencia de países como Noruega, Botsuana o incluso Ghana, con importantes recursos naturales y una economía bien gestionada, nos lleva a concluir que existen condiciones que parecen evitar los efectos económicos más perversos de la abundancia de materias primas.
Es posible establecer alguna de las siguientes políticas públicas:
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Una política cambiaria que evite la llegada masiva de divisas y, por tanto, la apreciación real de la moneda. Entre los instrumentos que pueden ayudar a conseguir este objetivo están los fondos soberanos, que son fondos de inversión de propiedad estatal cuyo capital suele provenir de los ingresos derivados de la venta de materias primas.
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Una política monetaria y fiscal de naturaleza contracíclica: en periodos de abundancia, los países ahorran (mediante reducción del gasto y aumento de impuestos y tipos de interés) para tener recursos que les permitan afrontar los tiempos de escasez. De esta forma, definen sus instrumentos económicos en función de criterios de medio y largo plazo.
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Una política de renta que evite que el sector de las commodities deje sin mano de obra al resto de las actividades económicas del país.
Es importante que las inversiones públicas se destinen a generar oportunidades en los distintos sectores económicos. Los países que tienen su actividad económica muy concentrada en un solo sector tienen mayores riegos de sufrir la enfermedad holandesa.
La producción de otras materias primas y que los sectores secundario y terciario (industria y servicios) sean relativamente importantes limita la capacidad de una commodity de afectar al conjunto de la economía.
Regulación y gobernanza
Si ampliamos el análisis más allá de los puntos puramente económicos, cabe destacar otros dos elementos determinantes:
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Contar con instituciones políticas y jurídicas sólidamente establecidas permite que los gobiernos tomen medidas de distinto tipo encaminadas a la transparencia, las inversiones productivas y la redistribución de la renta y la riqueza. Con ellas se pueden limitar los fenómenos de corrupción, concentración de la riqueza o excesiva dependencia económica en un solo recurso.
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La existencia de marcos regulatorios internacionales podría condicionar los efectos que provoca la explotación de los recursos en los países productores. El papel de algunos minerales en el mantenimiento o promoción de conflictos armados ha sido objeto de compromisos internacionales. Es el caso del Proceso de Kimberley que garantiza que los diamantes que entran al mercado no provienen de zonas en guerra (diamantes de sangre).
No todos estos elementos están en manos de las autoridades que deben dirigir las políticas económicas nacionales. En última instancia, la lucha contra la maldición de los recursos pasa por reflexionar y establecer marcos internacionales que aborden la relación entre la abundancia de recursos naturales y el desarrollo humano de los países productores.
Ángeles Sánchez Díez, Dpto. Estructura Económica y Economía del Desarrollo. Coordinadora del Grupo de Estudio de las Transformaciones de la Economía Mundial (GETEM), Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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